Nota crítica/Essay
Turismo rural: desafíos de las comunidades rurales en el contexto del COVID-19
Resumen
En este texto se revisa el concepto de turismo rural, partiendo de los supuestos y equívocos que en torno a él se manejan. Se expresa cómo ha sido vendida la idea de un espacio idílico, casi una panacea en tiempos del COVID-19. Asimismo, se revisa la postura de los actores locales, ante los retos por venir en la búsqueda por romper los paradigmas.
Palabras clave: turismo rural, COVID-19, territorios, retos, ruralidad.
Rural tourism: challenges of rural communities in The context of COVID-19
Abstract
In this text, the concept of rural tourism is reviewed, starting from the assumptions and misunderstandings that are handled around it. It expresses how the idea of an idyllic space has been sold, almost a panacea in times of COVID-19. Likewise, the position of local actors is reviewed, given the challenges to come in the search to break paradigms.
Keywords: rural tourism, COVID-19, territories, challenges, rurality.
Introducción
Entre alternatividades nos veamos…
¿Cómo entender las ruralidades hoy?, ¿cómo le están haciendo frente las comunidades rurales a los turismos alternativos, entre ellos, el turismo rural?, ¿alternativos para quién/es y desde dónde?, ¿cómo entender las ruralidades y el turismo rural en el contexto del COVID-19?
En el entendido de que los espacios rurales no son homogéneos, y las problemáticas que les aquejan son necesariamente diferenciadas y en intensidades distintas, Zamudio et al. (2008) proponen diversas definiciones, identificando incluso gradientes al respecto.
En gran medida, la noción que se tiene de lo rural está basada en una percepción primaria, a partir de las imágenes que proyectan las películas o las novelas, presentado como un ente estático y homogéneo, “atrasado”, contrario a las urbes, desde las cuales se planifica y decide lo que “necesitan” esos territorios.
Sin embargo, las realidades de/desde lo rural se muestran complejas, heterogéneas, diversas, dinámicas, persistentes y propositivas; con intensidades y niveles distintos y únicos para cada caso. Rompen con el antiguo estigma de que se reducen exclusivamente a lo agrícola. Nada más alejado de la realidad.
A partir del cansancio que la ciudad y sus ajetreados ritmos provocan, lo rural se concibe también como un remanso verde, al que se puede volver para descansar y recuperar energías. Ante las necesidades de dichas ciudades (alimenticias, comerciales, de ocio y recreación, entre otras), se ha visto al territorio fuera de sus muros como el lugar que debe subsanarlas o abastecerlas; no obstante, tales necesidades son igualmente las que promueven, de manera directa o indirecta, megaproyectos que dan cumplimiento a las demandas gestadas desde lo urbano. Históricamente, se le ha caracterizado como el patio trasero de la metrópoli.
El turismo rural, entre otras variantes “alternativas”, emerge o se plantea como la panacea para muchas comunidades, especialmente aquellas que cuentan con atractivos turísticos, una especie de “modelo ideal”. Sin embargo, en la realidad no existen modelos perfectos y, más bien, lo que se encuentra son localidades y territorialidades con características heterogéneas, que pueden acercarse a esa imagen de ruralidad idílica.
En el contexto anterior surge la pregunta: ¿panacea para quiénes? o ¿desde dónde? De hecho, en muy pocos casos lo es para quienes desde esos territorios viven, piensan, reconstruyen y sienten sus proyectos de vida en/desde lo rural. De tal forma, en el caso mexicano, este tipo de turismo ha sido una medida paliativa arbitrada/ implementada de manera vertical desde el Estado, buscando aminorar el éxodo rural o retener a las juventudes de esas zonas; además, con una idea de “empresarializar” a las comunidades receptoras (Garduño et al., 2009), para responder a los requerimientos de los visitantes. La mirada reciente, que atiende a una coyuntura específica generada por el COVID-19, no dista mucho de la anterior.
Así, desde instancias gubernamentales, principalmente, se detectan poblaciones indígenas y/o campesinas con atractivos naturales y culturales donde promueven la creación de microempresas que puedan recibir al turismo para explotar su potencial. Desde dichas instancias se crean o adecúan reglas de operación, se diseña formatería y se “capacita” para el llenado de tales documentos, también se generan figuras con reconocimiento ante el sistema tributario.
Se niega, una vez más, que los actores que dan vida a esos territorios y comunidades puedan decidir y ejecutar por sí solos sus proyectos de vida en lo rural. Los apoyos son escasos, pero se pretende que su mentalidad sea la de emprendedores de alto nivel, cualquier cosa que se entienda por ello.
En términos de Huizer (1998), para los actores locales ese tipo de propuestas o proyectos, más que un problema técnico, desde fuera implican un asunto político que debe ser construido al interior, a partir del encuentro de intereses colectivos comunes, buscando evitar que los beneficiados sean “principalmente los poderosos (por ejemplo, los terratenientes y la élite local) […] frecuentemente en detrimento de la mayoría pobre” (Huizer, 1998, p. 53).
Lo rural permanentemente disputado
Lo rural vive y se (re)construye en una permanente disputa. Desde el exterior está en constante pugna por la urbanización y la metropolización, a la par de actividades extractivas y megaproyectos (minería y geotermia, solo por enunciar algunos); en el interior, es reñido por la agricultura intensiva y agroindustrial, y, más recientemente, por la transgénica, que forman parte de esas territorialidades complejas, múltiples, en las que los actores locales construyen y dan sentido a sus vidas.
El turismo, en específico el denominado rural, también entra en conflicto, por muy alternativo que sea, especialmente cuando es una actividad impuesta. Se quiera o no, “modificando pautas de comportamiento e incitando a la (re)construcción, estéticamente aceptada, de paisajes, patrimonios y culturas” (Santana, 2002, p. 1), esta industria puede convertirse en artificializadora de la vida fuera de las ciudades (Cànoves y Villarino, 2000) y extractivista.
El turismo [rural] es una actividad que se verá beneficiada de los excedentes sociales producidos por el campesino, una vez que este ha satisfecho sus necesidades vitales con el mínimo posible, acumula fondos ceremoniales, que son parte sustantiva del atractivo turístico y que generalmente no son pagados por el turista, como por ejemplo el viajero que destina su tiempo a “pueblear” y disfruta de la fiesta de un pueblo pero no paga ninguna remuneración por dicho goce estético, sino, por el contrario, aprovecha el excedente que el campesino ha generado para tal fin. (Thomé, 2008, p. 247).
Cualquier área, expresión cultural o entorno natural puede hoy promocionarse como destino y producto turístico, existiendo ya una demanda (pre)configurada para el mismo [… o bien,] los promotores rara vez toman en consideración otros elementos que intervienen y representan, en mayor o menor medida, costos que deben asumir los residentes. (Santana, 2002, pp. 1-2).
La urbe o los megaproyectos, la agricultura industrial o transgénica, e incluso el turismo rural, son actividades, en lo general, no construidas desde dentro. Al final, todas disputan los territorios campesinos e indígenas.
El turismo rural se convierte en una actividad pensada desde las ciudades, en la que los habitantes urbanos se proponen disfrutar de los remansos de un mundo pasado, que las sociedades industriales avanzadas no pueden satisfacer con sus modelos turísticos masivos. (Thomé, 2008, p. 239).
Disputas constantes, una tras otra, varias a la vez; pareciera que casi siempre van de la mano -con aval, por acción u omisióndel Estado, en un juego de relaciones de poder donde lo rural con mayor frecuencia se ve disminuido; pero, al mismo tiempo, donde estas zonas y sus actores cada vez se reinventan y crean nuevas alianzas, que les permiten innovar la diversidad de estrategias socio-organizativas y productivas para continuar en la pelea.
En un juego de aparentes antagonismos... se fortalecen cultivos “tradicionales”, en producción orgánica o convencional; se dejan algunos, al menos temporalmente, y se añaden otros nuevos; se juega con lo colectivo-individual y se refuerzan o flexibilizan las identidades que revelan a un actor colectivo en permanente reconstrucción. En la aparente disputa de proyectos socioculturales y productivos, lo que se resalta es la plasticidad social de la agricultura campesina y familiar que, al reinventarse, nos muestra actores inmersos en una multiplicidad de estrategias de combinación y juego con los recursos que tienen a la mano (aun cuando parezcan antagónicos), que han aprendido a sortear los embates de la política agrícola y a negociar (inclusive desde las diferencias) al interior de la comunidad, pero también con agentes externos que incluyen desde el ámbito académico, gubernamental, organizaciones civiles, etcétera. (Madera y Vargas, 2015, p. 102).
En esas disputas no solo se transforman el territorio y las territorialidades, sino que también se (re)construyen nuevos procesos identitarios, y se incide en la pérdida (o modificación, en el menor de los males) de producción de alimentos. Es en lo rural donde aún siguen cultivándose los insumos para las urbes y a donde se va a recargar energías que la ciudad drena. Desde sus luchas y persistencias, paradójicamente, de manera continua siguen surgiendo opciones para mejorar las condiciones de vida en las metrópolis, a partir de la alimentación saludable y culturalmente apropiada, que permiten hacer frente a situaciones como la actual pandemia generada por el virus COVID-19.
Turismo rural tras bambalinas: ¿y los actores locales?
Como concepto, el turismo rural en México existe desde hace alrededor de cinco décadas, aunque en los últimos años hay una cierta moda de estudios y publicaciones en torno al tema, con predominio de aquellos con una visión restringida a la “demanda” potencial de lo que el turista “necesita” (Korstanje, 2020), incentivando una mirada empresarial y, por si fuera poco, que asocian dicha actividad con el ámbito de lo doméstico, donde “las mujeres ejercen su papel de acogida a los turistas en las casas rurales” (Cànoves y Villarino, 2000, p. 64), lo cual reproduce estereotipos de género:
Las mujeres entienden que el trabajo del turismo rural es una extensión de las tareas domésticas y una extensión hacia los huéspedes del cuidado de los miembros de la familia […]. Es habitual que sea la mujer la que se encargue de atender a los turistas, de servir las comidas y de tener a punto las habitaciones, mientras que suele ser el hombre el que informa de las actividades que se pueden realizar en la zona y los lugares para visitar. (Cànoves y Villarino, 2000, pp. 64-65).
También se maneja al turismo rural con una acepción técnico-operativa, visto como estrategia de intervención (Gómez-Carreto et al., 2018), generalmente pensada verticalmente, a veces bajo el disfraz de proceso participativo y desde el exterior.
Existen contradicciones durante la instrumentación de proyectos participativos que tienen como estrategia conformar cooperativas de base comunitaria en el medio rural. En este sentido, los proyectos de turismo rural en Chiapas [aunque puede aplicar para cualquier otro sitio, por ejemplo, para el caso de Nayarit se puede ver Aranda (2020)], son bienintencionados en el discurso, aunque denotan vacíos en el método y que se perciben particularmente en la fase instrumental. El interés de los habitantes locales por agruparse en cooperativas es ficticio en lo general, pues atiende a una lógica de no contraponerse a sus autoridades locales. (Gómez-Carreto et al., 2018, p. 73).
Abona aún más a dicho auge e interés la designación del 2020 como el Año del turismo y el desarrollo rural, por parte de la Organización Mundial del Turismo (OMT ), así como los efectos de la pandemia del COVID-19 en el sector. Esa será la disputa sobre la que lo rural y sus actores habrán de dar la batalla en lo sucesivo, ¿lo quieren?, ¿están preparados?
En el caso de México, no obstante la retórica gubernamental que busca “dejar en el pasado el modelo de crecimiento depredador, inequitativo y sin justicia social” (Secretaría de Turismo, Sectur, 2020, p. 33), llama la atención que en el Programa sectorial 2020-2024 (Prosectur) no se menciona a los denominados turismos alternativos, ni alternativas al turismo. El “turismo rural” solo se menciona una vez y para la gestión: “4.2.2. Contribuir a la realización y permanencia de iniciativas de turismo rural, ante diferentes instancias público, privadas, nacionales e internacionales” (Sectur, 2020, p. 46).
A cuenta de los efectos de la pandemia del COVID-19 sobre el sector turístico mundial, nunca el turismo y el desarrollo rural han revestido tanta importancia como ahora. El turismo en zonas rurales ofrece importantes oportunidades de recuperación. (OMT, 2020).
En la actualidad, el turismo rural brinda una salida o escape para miles de turistas citadinos, y una oportunidad para revitalizar –o recuperar– las economías domésticas de la crisis que deja el COVID-19. En momentos de incertidumbre, como los que ha suscitado la pandemia, el turismo rural se presenta como un destino obligado para miles de personas. (Korstanje, 2020, p. 190).
Tal como lo refiere Korstanje (2020), ante la incertidumbre y la crisis, los turistas buscarán destinos menos peligrosos: las zonas rurales. Pero ¿qué sucede con las poblaciones receptoras?, ¿o es que no deberán preocuparse de la peligrosidad que implica acoger a los visitantes?, como los contagiados de COVID-19, vinculados a actividades ilícitas u otras. De nuevo, se piensa en el turista o excursionista, pero no en los residentes.
Promover el turismo rural como la panacea para hacer frente a los retos y desafíos pos-COVID-19, parece evidenciar que no se ha entendido el mensaje de la naturaleza respecto a la situación que provocó la actual pandemia. Es decir, impulsar las actividades turísticas para aprovechar los recursos de lo rural, pensando solo en los turistas y en la dinamización económica para la reproducción del modelo vigente, es aceptar la continua depredación de la naturaleza.
Finalmente, aunque la atención hacia ella sea menor, existe una dimensión más holística y crítica del turismo rural (Thomé, 2008; Santana, 2002; Madera y Vargas, 2015; entre otros), “en coexistencia con múltiples realidades que suceden en un mismo espacio” (Thomé, 2008, p. 242), que es precisamente por la que abogaríamos que se hiciera mayor eco en lo sucesivo.
Es importante plantear la concepción de turismo rural no solo desde la perspectiva puramente turística […] Es necesario atender las características específicas de América Latina y, a partir de ello, articular nuevos elementos enriquecedores de la definición como son: proceso turístico, aprovechamiento de recursos, motivaciones de viaje, necesidades del desarrollo local en comunidades rurales y la definición de los impactos de la actividad turística. (Thomé, 2008, p. 240).
Se trata de una nueva articulación, que parte del reconocimiento de los actores locales y la comprensión de lo rural en su complejidad; que permita reconocer al turismo, como señala Thomé (2008), no solo como ente central sino impulsor del desarrollo, o incluso un complemento, que posibilite a su vez:
Reconocer y revalorar sus saberes y conocimientos, sus formas de pensarse y de entender el mundo, además de entender sus dinámicas de organización y de manejo de conflictos, para comprender su versatilidad para adaptarse a las dificultades que históricamente se les han presentado. (Madera y Vargas, 2015, p. 99).
Es decir, comprender sus lógicas de vida, con perspectiva de género y generaciones, sus especificidades socio-productivas e identitarias, así como la diversidad de actividades, de formas de ser y de hacer. En ese sentido, habremos de estar atentos y abiertos también a repensar nuestras propias formas de aproximarnos (epistémica y metodológicamente) a su comprensión, y a buscar respuestas que permitan construir otras formas de relación sociedad-naturaleza, más empáticas y justas.
Agradecimiento:
Agradezco los atinados comentarios y sugerencias críticas, con que me han obsequiado en la lectura del texto los colegas Karla Barrón, Laura Cayeros, Dagoberto de Dios y Jorge Marín.
Las incoherencias que se mantienen siguen siendo mías.
Referencias
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Cànoves, G. y Villarino, M. (2000). Turismo en espacio rural en España: actrices e imaginario colectivo. Documents d’Anàlisi Geogràfica, 37, 51-77. https://bit. ly/3lS4MOk
Garduño, M., Guzmán, C. y Zizumbo, L. (2009). Turismo rural: participación de las comunidades y programas federales. El Periplo Sustentable, 17, 5-30. https:// bit.ly/3iYCMqp
Gómez-Carreto, T., Zarazúa, J. A., Guillén, L. y Castellanos, A. C. (2018). Innovación social, turismo rural y empresas sociales. Evidencias desde el Sur-Sureste de México. El Periplo Sustentable, 34, 44-81. https://bit.ly/2FBbkl6
Huizer, G. (1998). La imposición de los valores occidentales y la lucha campesina por la equidad. En R. Menchú, R. Boelens y G. Dávila (Eds.), Buscando la equidad. Concepciones sobre justicia y equidad en el riego campesino (pp. 48-59). Van Gorcum Publishers.
Korstanje, M. E. (2020). El COVID-19 y el turismo rural: una perspectiva antropológica. Dimensiones Turísticas [Número especial: Turismo y COVID-19], 4, 179-196. https://doi.org/10.47557/CKDK5549
Madera, J. y Vargas, J. (2015). Miradas desde la agroecología a aparentes proyectos antagónicos en la comunidad indígena de Puerta de Platanares, Nayarit, México. Nóesis, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 24(47-2), 94-104. https://doi.org/10.20983/noesis.2015.13.7
Organización Mundial del Turismo (OMT ). (2020). Turismo y el desarrollo rural: nota técnica. https://bit.ly/2H1I5bG.
Santana, A. (2002, 14-16 de mayo). Desarrollos y conflictos en torno al turismo rural: claves y dilemas desde la antropología social [ponencia]. III Congresso Internacional sobre Turismo Rural e Desenvolvimento Sustentável – Citurdes, Estado do Rio Grande do Sul, Brasil. https://bit.ly/3nU4gBi
Secretaría de Turismo (Sectur). (2020). Programa sectorial de turismo 2020-2024. https://bit.ly/344swZM
Thomé, H. (2008). Turismo rural y campesinado, una aproximación social desde la ecología, la cultura y la economía. Convergencia, 15(47), 237-261. https://bit. ly/3561MHx
Varisco, C. A. (2016). Turismo rural: propuesta metodológica para un enfoque sistémico. PASOS, Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 14(1), 153-167. https:// bit.ly/3lU2fTI
Zamudio, F., Corona, A. y López, I. (2008). Un índice de ruralidad para México. Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad, 14(42), 179-214. https://bit.ly/3du5BtG